Casa de la Neu
En las alturas sombrías de la Sierra del Carrascar de Parcent, a 780 metros sobre el nivel del mar, la Casa de Neu emerge como un testigo pétreo de un oficio olvidado. Esta construcción circular, levantada en el siglo XVIII, no fue solo un depósito de nieve: fue un eje económico y social durante la Pequeña Edad de Hielo, cuando el hielo valía su peso en reales.
Un Almacén de Frío en la Montaña
De muros robustos y contrafuertes que desafían el tiempo, la nevera —con 7 metros de profundidad y más de 12 de diámetro— guardaba hasta 830 metros cúbicos de nieve compactada. Los nevaters la cubrían con paja y tierra, convirtiendo el invierno en mercancía. El hielo, extraído en bloques, viajaba a pueblos y ciudades para conservar alimentos, aliviar fiebres o incluso preparar bebidas frescas en verano. Documentos del siglo XVIII, como las cartas entre el Conde de Parcent y su delegado Micó, revelan su valor: "3.000 cargas de nieve, a 10 reales cada una", calculaba Micó en 1755, mientras el conde analizaba costes y diseños con mirada de empresario.
El Paisaje de un Oficio Perdido
La Casa de Neu no estaba sola. Junto a ella, recientemente reconstruida, se alza la Casa dels Nevaters, un refugio de piedra en seco donde dormían los trabajadores. Hallada durante labores de restauración de la nevera, su reconstrucción (inaugurada en septiembre de 2024) revive la cotidianidad de aquellos hombres. Dos hermanos de Planes lideraron a canteros que, durante meses, subieron diariamente por el empinado sendero desde la Fuente de la Foia, cargando herramientas y agua. "Aquí no venimos a ganarnos la vida, sino por algo más", confiesa Fran, uno de ellos, mientras el mazo golpea la piedra con ecos de historia.
Entre Cumbres y Memoria
Desde la altura, el paisaje se despliega: el valle de Pop, el Montgó en el horizonte, y abajo, pueblos que antaño dependieron de este hielo. Hoy, la nieve es una rareza en la sierra, y la nevera un símbolo de resiliencia. Su estructura, medio enterrada pero firme, habla de comunidades que supieron leer el frío como un recurso. La Casa dels Nevaters, ahora restaurada, completa la historia: no solo almacenaban hielo, sino que vivían junto a él, en un ritmo marcado por las estaciones.
Ambas construcciones, antiguas y renovadas, son ventanas a un mundo donde la montaña era fábrica, almacén y hogar. Un legado que, entre piedras y nieve derretida, sigue contando cómo el hombre convirtió el invierno en moneda.